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domingo, 6 de marzo de 2011

MEDICINA MODERNA: El deporte (aunque sea extremo) es salud

Un muy interesante artículo médico que publicó ayer el diario El País de España, se plantea que diferentes estudios contradicen la idea de que la alta competición acorta la esperanza de vida - El hombre de hoy tiene los mismos genes que el del paleolítico: Cuanto más ejercicio, mejor.
Tan antiguo, tan antiguo que, según numerosos estudios sobre los efectos de la actividad física sobre el envejecimiento y la salud, es la vida de ciclista (y también la de maratoniano y la del esquiador de fondo, o cualquier deportista de resistencia) la que más se asemeja a la del ser humano del paleolítico, o sea, al modo de vida que nuestro organismo sigue considerado el ideal.
El ejercicio de resistencia extenuante aumenta la esperanza de vida: lo llevamos en los genes.
Durante siglos, la creencia popular ha sido que el deporte de competición era malo para la salud y reducía la esperanza de vida. Y hasta los deportistas acusados de dopaje, como recientemente la atleta Marta Domínguez, afirman de entrada, para justificar una posible deriva dopante, que correr como ellos lo hacen yendo al límite de su capacidad en todas las competiciones, torturando su organismo diariamente, no puede ser, en sí, bueno para la salud. Sin embargo, los fisiólogos del ejercicio han llegado a la conclusión contraria: es más probable que viva más años quien en su juventud ha participado en alta competición deportiva, y cuanto más de resistencia sea la especialidad, más aún.
“Genéticamente, los habitantes del siglo XXI seguimos siendo ciudadanos del paleolítico, así que los que un estilo de vida más activo lleven más vivirán”, dice Alejandro Lucía, catedrático de Fisiología de Universidad Europea de Madrid. “Menor riesgo de enfermedades crónicas sufrirán, como lo prueban los deportistas de resistencia”.
Para afirmarlo, Lucía se basa en una reciente publicación en el British Journal of Sports Medicine de una investigación dirigida por Jonathan Ruiz, del Instituto Karolinska de Estocolmo, que revisa 15 estudios científicos que asocian de manera inequívoca la participación en competiciones deportivas con la esperanza de vida. “En el paleolítico, el ser humano cazador-recolector se pasaba el día corriendo, en movimiento, y tenía un gasto energético cotidiano de más de 3.000 calorías y su ingesta alimenticia era similar, con lo que la obesidad no existía”, dice Lucía, que participó en el estudio con una comparación genética entre deportistas de alto nivel y población general. “Mientras, en la sociedad actual, tan sedentaria, nuestro gasto medio es de solo el 38% respecto al paleolítico, y seguimos consumiendo 3.000, con lo cual la obesidad es inevitable”.
“Se dice que el deporte de élite no es sano, pero ¿cuál es la evidencia científica que sustenta tal afirmación? ¿Viven menos los deportistas de élite?”, se pregunta José Antonio López Calbet, fisiólogo de la Universidad de Las Palmas. “Los datos publicados parecen indicar que las deportistas de élite que han practicado pruebas de resistencia viven de uno a cuatro años más que las personas de edad comparable y similar lugar de nacimiento. En cambio, los deportistas que practican deportes de potencia (lanzadores, levantadores de pesas) tienen menor expectativa de vida”.
Se ha sugerido que la disminución de la expectativa de vida de algunos deportistas en el pasado pudo estar relacionada con el dopaje. Entonces: ¿es malo o no el deporte de élite? Los ancianos que fueron deportistas de élite en disciplinas de resistencia tienen más riesgo de sufrir fibrilación auricular (un tipo de arritmia). En cualquier caso, es mucho más peligroso para la salud y la calidad de vida no hacer deporte que practicar una hora de ejercicio cada día.
En el paleolítico se modeló nuestra huella genética, y los ciclistas, que son unos exagerados, miles de años después no solo la mantienen, sino que la han corregido para aumentarla. “Durante una etapa del Tour un ciclista puede gastar hasta 6.000 u 8.000 calorías”, dice Lucía. “Por mucho que coma es muy difícil, claro, que recupere lo gastado, así que acaban el Tour en los huesos”. Muy delgados, y a la vez muy sanos. Tan sanos que, según un estudio llevado a cabo a por el departamento de Fisiología de la facultad de Medicina de la Universidad de Valencia, ser corredor del Tour es sinónimo de longevidad y calidad de vida. Y no se basan en el ejemplo de Federico Bahamontes, el ganador del Tour del 59, enhiesto y vivo como un chopo, sano como un toro, llevando una vida plena en todos los sentidos a los 82 años, sino en un análisis demográfico comparativo entre la vida y muerte de 834 corredores franceses, belgas e italianos nacidos entre 1892 y 1942 y que terminaron al menos un Tour entre 1930 y 1964, y la población general de esos países.
El resultado es espectacular. Mientras el índice de supervivencia de la población general es del 50% a los 73,5 años, casi el 70% de los participantes del Tour aún estaban vivos a esa edad, y el índice del 50% lo alcanzaban a los 81,5 años, lo que significa, según los autores, dirigidos por el catedrático José Viña y Fabián Sanchís-Gomar, un 17% de incremento en longevidad media.
Quizás los resultados del estudio no serían tan felices si solo se centraran en los ganadores del Tour, pues 11 de los que se impusieron en la posguerra ya han fallecido, cuatro de ellos -Bobet, Anquetil, Nencini y Fignon- de cáncer y rondando los 50 años (otros dos se suicidaron, uno murió de sobredosis y los cuatro restantes fallecieron o accidentalmente o ya ancianos, como Gino Bartali, a los 86 años). El decano de los 19 ganadores de posguerra supervivientes es el suizo Ferdi Kubler, ganador del Tour de 1951, que tiene 91 años; le siguen el francés Roger Walkowiak (Tour del 56), con 83 años, y Bahamontes con 82.
“Y quizás por esos datos, y por todas las noticias negativas asociadas al dopaje, la creencia general era que el Tour era malo para la salud, pero hemos medido lo que viven los corredores del Tour entre los años 1930 y 1964. La curva demuestra que los corredores del Tour viven más que la población general. Este estudio, que será publicado en el International Journal of Sport Medicine, rompe el paradigma”, dice José Viña.
La mala fama del deporte de alta competición, la consideración de que el ejercicio que llevaba al organismo a explorar las fronteras de la resistencia, era perjudicial para la salud, no es cosa de ahora, aunque para algunos especialistas sin escrúpulos haya sido precisamente ese concepto el que les permitiera justificar el recurso al dopaje como medicación para ayudar al cuerpo a recuperarse tras alcanzar la extenuación
Como recuerda el estudio de Ruiz y Lucía, ya Hipócrates, en la antigüedad, alertó contra él: “No hay nadie en más arriesgado estado de salud que los deportistas”. Y también Galeno: “Los deportistas viven una vida contraria a los preceptos de la higiene. Cuando abandonan su profesión caen en un peligroso estado y la mayoría no llega a viejo”. E, incluso en 1968, un estudio reflejaba como hecho sorprendente y negativo que todos los remeros del equipo de la Universidad de Harvard de 1948 habían fallecido.
Pero los estudios probando lo contrario, y no solo el de la universidad valenciana con los corredores del Tour, han caído como un alud. Uno de ellos muestra que los remeros de Oxford y Cambridge viven más que los no remeros de sus mismas aulas (lo que elimina, de paso, los recelos que causa comparar la vida de los deportistas, un grupo muy específico, con la población en general, de diferentes edades y condición social), y también los de Harvard y los de Yale, y los universitarios japoneses que participaban en competiciones deportivas y los campeones deportivos de Dinamarca, y los no maorís del equipo de rugby de Nueva Zelanda.
“Existe un perfil poligénico común a los deportistas de fondo”, dice Lucía. “Pero no existe o no hemos hallado prueba de la existencia de variantes genéticas relacionadas con la posibilidad de sufrir enfermedades crónicas ni tampoco relativas a la esperanza de vida”.
En un estudio genético con 100 deportistas de fondo (maratonianos de élite, ciclistas profesionales) y 100 personas sanas como grupo de control, el equipo de Lucía observó que los dos grupos tenían el mismo genotipo en lo referente a enfermedades (aunque, el estudio estaba limitado a solo 33 polimorfismos). “En efecto, no hay evidencia de que los mejores atletas de resistencia del mundo estén predispuestos genéticamente para tener menos enfermedades. Así, la asociación entre esperanza de vida y práctica del deporte de fondo no está influida por la selección genética”, dice Lucía. “Si no es la genética, es necesario, por tanto, hablar de estilos de vida: parece que los exatletas fuman menos, beben menos alcohol y tienen una dieta más saludable. Y también se mantienen físicamente más activos, siguen practicando ejercicio, lo que sí que está ligado con una vida más larga: no hay duda de los beneficios para la salud que suponen una vida activa: niveles de forma cardiorrespiratoria de moderados a altos producen un pronóstico muy favorable sobre el riesgo general de enfermedad y muerte. Y eso incluye a enfermos de diabetes, de síndrome metabólico y cáncer”.
Fuente: El País